«Deberías ser más eficiente en tu trabajo, deberías quererla mejor, deberías ser más educada, deberías aprender más cosas, deberías mejorar en esto o en lo otro, eso no es suficiente, no lo haces bien, esfuérzate más, mejora, ya vas tarde, no tienes edad para eso, espabila, se te acaba el tiempo»
Te suena? Alguna vez has tenido esa voz en la cabeza? La tenemos todos. En Gestalt la llamamos «perro de arriba» y es nuestro tirano o dictador interior, el cual se encuentra a las órdenes estrictas de nuestro ego o la idea que tenemos de nosotros mismos.
Por otro lado existe una segunda voz que mantiene el diálogo con el perro de arriba, se trata del perro de abajo.
«Luego lo hago, yo creo que no puedo hacerlo, mejor me quedo en casa, yo no sirvo, no me apetece hacer eso, eso no me gusta, estoy mejor así, yo paso…»
Ambas se llevan una pelea interior que hasta que no es descubierta maneja gran parte de las respuestas que damos a nuestras vidas. Así, hacemos las cosas obligados para cumplir con alguna idea que nos persigue o nos rebelamos al mandato interno abandonando lo que sea, por miedo, por pereza, porque ya no vale la pena o por cualquier otra excusa que nos queramos dar.
Si nos colocamos en el dictador la exigencia al final nos desgarra, pero si por el contrario nos dejamos llevar por el desenergetizado dejamos de hacer muchas cosas que podrían aportarnos satisfacción.
Y el antídoto? Hay? Bueno sí, aunque no es tan fácil. Es casi como triunfar en una sesión de meditación o, como lo llaman ahora, de «mindfullness». La solución está en desidentificarse.
La desidentificación es la clave. Ni soy la voz que me exige y ordena, ni soy el que se esconde y se cuenta historias para no hacer todo aquello que desea. Llevo tanto tiempo siguiendo ese juego que he perdido mi verdadera esencia en un partido interminable.
Entonces, quién soy yo? Yo soy el que observa la voz, yo soy el que se la cree, yo soy quien la escucha. Al principio no es fácil, pero no es imposible desplazar la atención de la voz a las sensaciones de mi cuerpo, a esas que me devuelven a sentirme a mi.
Si no te resulta fácil, lo mejor es dejarse acompañar por un profesional, es decir, alguien que ya pasó por allí y sabe o conoce la salida. La meditación es otro gran aliado, aquietar la mente para regresar a lo que sentimos y poco a poco volver a ser eso que realmente somos.