Hoy me he dado el tiempo para levantarme sin usar el despertador y he decidido dejarme llevar por lo que verdaderamente me apeteciera hacer. “Un lujo” pensarán muchos, y así es. Cuando eres madre separada y tu hija aún se encuentra en la tierna edad en la que requiere de un acompañamiento y atención plena, te das cuenta de lo valioso que es “tu tiempo”.

Sin embargo, llevada por la corriente frenética del “tener que hacer cosas”, a menudo no me permito simplemente descansar haciendo lo que más me atrae en este momento, aunque sea sentarme en el sofá y ponerme a leer, que es justo lo que he hecho hoy recién levantada.

Cuando vivía en casa de mis padres en Hospitalet de Llobregat, mi madre se enfadaba mucho cuando a mis 12 o 13 años hacía exactamente lo mismo durante el fin de semana. Su frase favorita que hoy ha vuelto a mi mente cuando me dirigía al sofá era “¡de la cama, al sofá!” Y no la decía con alegría precisamente, sino más bien proyectando en mi toda su frustración por estarse haciendo cargo absolutamente de todo lo que tenía que ver con nuestra supervivencia y no permitirse descansar.

Hoy día mi madre tiene un problema grave a sus 73 años que me produce tristeza, no sabe parar y eso le provoca mucha ansiedad y noches sin dormir, se preocupa absolutamente por todo, aferrándose a una dinámica de vida inconsciente en la que ha sentido que debía hacerse cargo de todos. Ahora que ya nadie la necesita tanto, ahora que sus familiares más cercanos van desapareciendo, ahora que el tiempo se ralentiza y aparece el temible e inevitable espejo de la situación presente es cuando la incomodidad, la frustración, el dolor y la profunda tristeza afloran sin que nada pueda controlar.

No es fácil para mí ser testimonio de ello y aceptar su vida, tal y como ella ha elegido vivirla. No es fácil para mí que esto no me duela, sobretodo cuando me doy cuenta de que ella piensa que no hubo otra forma y que siempre ha sido víctima de una circunstancias que eran imperantes. Las circunstancias eran imperantes, el lugar interno desde el que se las contaba no.

Esta reflexión que siento compartirte, nace de mi lectura de esta mañana: ¿Me acompañas? Una invitación al despertar de Sergi Torres, ya que me ha sorprendido encontrar reflejada en un capítulo de su libro una situación exactamente igual a la que yo viví hace unos 5 años.

Se trata del capítulo: “La parábola de las orugas malvadas”, en el que Sergi comparte cómo una mañana el hermoso rosal de su casa tenía 4 orugas poniéndose finas a base de la bella planta. La mente de Sergi se pone a juzgar la situación, temiendo por el problema que estas orugas le van a causar a él y a su rosal, cuando de pronto un pensamiento diferente lo asalta: “¿Quién soy yo para decidir qué es lo correcto y qué no lo es en la situación regida por la naturaleza?”. En ese instante comprendió que no tenía por qué interceder entre el rosal y las orugas y aceptó que allí se estaba dando algo más grande que la mente limitada por las creencias que son causa de los deseos.

A mí me pasó algo tan parecido que Sergi me ha arrancado del sofá.

La mañana que encontré mi querida planta de ruda roída por una oruga tan malvada como las de Sergi que, a juzgar por el estado de mi planta y su rechoncho cuerpo, se había dado un buen atracón, me enfadé. Sentí ganas de sacarla de allí de inmediato, busqué un palo, lo encontré y hacia la planta iba ya a punto de sacar de allí la temible amenaza cuando un pensamiento me detuvo: “¿Quién soy yo para interponerme entre la oruga y la ruda? ¿Y si la ruda se ha ofrecido y la oruga ha aceptado gustosa en un acuerdo telepático, tácito y natural en el que ambas participan de forma entregada y voluntaria?”. En ese momento me abrí a la experiencia que me ofrecía ese instante, miré la oruga y me di cuenta de lo bonita que era, sentí paz. Luego me fui, dejando que la naturaleza siguiera su curso. 

A las pocas semanas, coincidiendo con la fiesta de despedida de soltera de mi hermana Rebeca, estábamos unas cuantas amigas en mi terraza charlando y tomando el sol, de pronto algunas se pusieron a gritar con sorpresa y alegría “¡oh, mirad! ¡Acaba de nacer una mariposa de su capullo!” Yo que estaba fregando platos, salí a ver la maravilla, una mariposa Reina desplegaba sus brillantes alas al sol i desenroscaba lentamente su negra trompa en forma de espiral. Estuvimos en silencio mirándola unos 20 minutos hasta que salió volando una vez sus alas estuvieron suficientemente cargadas con la energía solar.

Fue un momento maravilloso que nos hubiéramos perdido si yo hubiera intervenido la situación hace semanas. Se me ocurrió visitar la ruda y mi sorpresa fue grata cuando vi los nuevos brotes surgiendo, me sonreí y acepté con humildad mi tremenda ignorancia. Ese mismo día también supe que estaba embarazada de Naia, mi hija que en breve va a cumplir 5 años.

En el capítulo de su libro, Sergi se hace una pregunta al final que ahora quiero dejarte a ti también, para que nos la hagamos juntas de nuevo: “¿Cuántas veces en mi vida había eliminado “situaciones oruga” y no había llegado a contemplar las “situaciones mariposa” en las que estaban llamadas a transformarse?”

Cuando se trata de un rosal o de una planta de ruda parece más sencillo que cuando se trata de aceptar las decisiones que una persona toma para su vida, sobretodo si es alguien a quien quieres y si esa persona no es consciente de que las ha tomado. Sin embargo, es el mismo gesto interior.

Mi madre no se ha dado cuenta de cómo el miedo ha movido la mayoría de sus acciones en la vida y no la culpo, sólo menciono el hecho. Trabajó demasiado por miedo a la escasez, se cargó con la responsabilidad de nuestra educación y crianza por miedo a que mi padre no lo hiciera bien, no estudió lo que quiso por miedo a equivocarse y a estar abandonando a los demás, antepuso el bienestar de sus familiares al suyo propio por miedo a que la rechazaran llamándola egoísta a ella que siempre le habían enseñado a ser buena, obedecer y ayudar.

Después de media vida luchando contra sus decisiones, no comprendiéndola, juzgándola y enfadándome con ella por dejarse siempre para el último lugar (y enseñarnos a hacer lo mismo con su ejemplo), por fin me abro a la «situación mariposa» que señala Sergi. Y creo honestamente que la mariposa soy yo, experimentando mi propia transformación interior, siendo capaz de aceptar a mi madre tal y como es. Es sólo ahora que puedo amarla.

Gracias Sergi por inspirarme a escribir y compartirme.

Si en este momento de tu vida, estás atravesando algo que te cuesta aceptar y te sientes inspirada por este texto a compartir, estaré encantada de leerte o acompañarte en la forma que elijas.

Con amor,

Carolina.

(La mariposa de la foto es la mariposa reina «real» el día que la encontramos en la terraza de mi casa)

 

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