Una niña que hoy tiene 40 años me cuenta en mi consulta que cuando era pequeña le mandaba dibujos a Isabel II, entre sus tesoros preciados, aún guarda las respuestas que recibía con el sello real estampado en ellas. En otra ocasión, la misma niña se atrevió a escribir a su autor favorito J. G. Ballard, conocido por haber escrito El Imperio del Sol (1984), entre otros títulos (Crash, La isla de hormigón…) que más tarde fue adaptada al cine por Steven Spielberg. Todavía hoy, la madre de Ona le recuerda que el día que el señor Ballard le respondió fue el día que más feliz la ha visto.

Ona viene a consulta por lo mismo que vienen la mayoría de personas: han perdido algo en su interior y necesitan un apoyo para encontrarlo. Esto suele tener que ver con una ruptura o problemas con la pareja, no sentir motivación en la vida o la pérdida de un ser querido, una enfermedad que limita, etc. 

Podemos encontrar el origen del alejamiento interno de quienes somos en cualquiera de las situaciones antes mencionadas, pero lo cierto es que el verdadero inicio se encuentra en la lealtad o la falta de ella hacia los sueños o expectativas de los padres. Es decir, o nos convertimos en lo que ellos quisieron que fuéramos o nos revelamos siendo todo lo contrario, arrastrando con ello un terrible e inconsciente sentimiento de culpa. Pocos adultos somos alentados desde la niñez a creer en nosotros mismos y a dedicarnos a aquello que verdaderamente nos hace felices, por el contrario, somos, en el mejor de los casos, el foco de las proyecciones familiares y en el peor, de las agresiones y maltratos que por desgracia muchos hemos sufrido cuando éramos niños.

Si tenemos suerte y como podemos ver en el caso de mi cliente, cuando somos niños, las zanjas que nos separan de las posibilidades de realización de un sueño aún no han sido colocadas por nadie, somos más libres y estamos menos condicionados. Ona nos recuerda la intensidad con la que una niña vive su mundo y sus emociones, pero además nos pone delante de nuestra capacidad, no solo de soñar, sino de creer en nuestros sueños.

Por desgracia, las heridas de la infancia tienen el efecto de minar la confianza básica en la vida, creando una distancia cada vez mayor entre nosotros y nuestra capacidad para ser quienes somos sin trabas. Las heridas más conocidas son la de abandono, injusticia, humillación, traición y rechazo. Lo grave es que estas heridas son movidas hacia el inconsciente con el tiempo y esto no significa que desaparezcan, pues cada vez que una relación de pareja no funciona, un éxito no se consigue o se convive con un sentimiento de infelicidad y baja autoestima podemos apostar que dentro del adulto hay un niño reviviendo una de tales heridas (o varias).

En el Imperio del Sol, la novela de Ballard y la película de Spielberg, encontramos un ejemplo de cómo amargas experiencias acaban para siempre con la inocencia de un niño, su protagonista de unos 10 años. Jim es obligado a madurar demasiado pronto por la Guerra Mundial al separarse de sus padres e iniciar un viaje del héroe en el que tendrá que ser testigo de una violencia demasiado cruda para su edad, así como vérselas con un tramposo que lo utilizará a riesgo de no salir con vida. El propio Spielberg cuenta en su biografía cómo le afectó la separación de sus padres y el hecho de que su padre se pasara el día trabajando: ”siempre sentí que mi padre ponía su trabajo por delante de mi. Siempre pensé que me amaba menos que a su trabajo y yo sufría como resultado”.  

Steven Spielberg ha sabido usar sus heridas para crear películas en las que podía cambiar el modo en que percibía la vida y transformarla para que tuviera un mejor resultado para  sí mismo (en sus propias palabras); además él deseaba encontrar en el público alguien que se viera afectado por las historias que a él lo afectaban (en Federico Alba, El cine fantástico de Spielberg, padres ausentes, niños perdidos). 

Teniendo en cuenta que soy terapeuta onírica, no puedo dejar de ver en el gesto que el director de cine de Ohio tiene consigo mismo, algo parecido a lo que los sueños hacen por nosotros todas las noches: crean argumentos que pueden parecer exagerados, irreales o fantásticos, pero lo cierto es que despiertan en nosotros resonancias emocionales difíciles de olvidar (al menos cuando los recordamos). En este sentido, parece que Spielberg nos guiña un ojo cuando llama a uno de sus estudios de cine más famosos con el nombre de Dreamworks.

No cabe duda de que películas como las de Steven Spielberg tienen el don de repercutir en los corazones de la mayoría, pero ¿nos preguntamos alguna vez por la repercusión que tienen nuestros sueños en nosotros y para qué nos sirven? y ¿qué me dirías si te digo que los sueños que tienes de noche pueden ayudarte a recuperar tu capacidad para volver a creer en tus sueños de día? Steven Speilberg crea películas con las que recuperamos la capacidad de maravillarnos, teniendo en cuenta la analogía que entre Spielberg y “Morfeo” estamos esncontrando, ¿por qué no iban a conseguir lo mismo nuestros amigos nocturnos?

Yo tengo la tesis personal (y de esto va este artículo) de que poner la atención en el contenido inconsciente que nos muestran de forma maestra nuestros sueños cada noche, enciende una senda de luciérnagas que permite a nuestro niño y niña interna salir de las penumbras del asteroide B612 donde permanece más solo que la una. Precisamente porque nuestros sueños tienen, si los atendemos claro, un efecto parecido a las películas de Spielberg: nos recuerdan lo más importante que hay en nosotros. 

Hace unas semanas yo misma tuve un sueño que me devolvió a la vida. Esa noche yo me dormí con el deseo de visitar algún templo lejano y mi sorpresa fue que en el sueño unos seres fantásticos (personajes con cara de lechuza) me transmitieron varias ideas que captaron mi atención: el propio sueño es un templo al que vamos cada noche y nuestra vida no sería la misma si no tuviéramos estas locas experiencias nocturnas. Al despertar, traté de imaginarme mi vida sin sueños y me di cuenta de que sería una vida en blanco y negro, ¿cómo iba a pensar en la posibilidad de otros mundos, de otras realidades, de otras posibilidades? ¡no podría! Me sentí como Peter Pan en la versión de Spielberg (Hook) cuando al fin pudo visualizar en el plato la comida que los niños perdidos estaban degustando y que él no podía ver porque seguía sin creer quien era verdaderamente.

Más allá de que el sentido de un sueño puede descifrarse y esto nos ayuda a conectar partes nuestras hasta el momento no reconocidas o recordadas, gracias a esos personajes-lechuza yo comprendí que la capacidad de soñar de noche está íntimamente relacionada con la imaginación. Spielberg nos invita a soñar despiertos con él y sus personajes, así como los sueños que tenemos de noche, los entendamos o no, son la única realidad alternativa que nos permite en primera persona acceder a posibilidades que de tan inimaginables abren una compuerta secreta en el backstage de nuestro cerebro, o ¿no me digas que después de una noche volando en las alturas no te sientes más ligero y piensas que todo es posible? ¿Y qué es nuestra imaginación, sino nuestra capacidad para soñar? 

E.T. soñaba con volver a su casa y Elliot lo ayudó a imaginar la forma de conseguirlo, si fueras E.T. yo te diría que para volver a casa solo tienes que irte a dormir esta noche y mirarte el dedo hasta que se te ponga rojo… es una broma, pero lo que sí puedes hacer es cerrar los ojos y desear con todas tus fuerzas recuperar aquello que sientes que has perdido. 

Puede que esta noche te encuentres con un temible Tiburón (Jaws 1975) que te arrastra al fondo de un abismo, quizás poniéndote de frente un miedo profundo a ser tu mismo, o quizás un Tiranosaurus Rex (Jurassic Park 1993) te persiga por la jungla y te sientas sin escapatoria, víctima de una culpa con la que te persigues sin descanso de día. O puede que unos extraterrestres se aparezcan en la colina más cercana a tu casa y te hagan oír una inquietante melodía (Close encounters of the third kind 1977), transmitiéndote con ello la necesidad de hacer contacto con otros lugares, porque posiblemente en el tuyo esté ocurriendo algo de lo que es mejor no hablar.

Cuando comprendemos que los sueños son una especie de radiografía cinematográfica de lo que pensamos y lo que sentimos, la cosa se torna muy interesante, aunque esto implica ponerse el traje para salvar al soldado Ryan (1998) y lanzarse a remover las trincheras de nuestras experiencias pasadas desde las que nos defendemos de la vida.