Siempre me ha atraído la astronomía y mirar al cielo de noche, reconocer el cinturón de Orión, Hércules o situar la Osa Mayor y el triángulo de las 3 estrellas más luminosas de nuestro cielo: Antares, Altair y Vega. Las constelaciones estelares nos cuentan historias, mitos, nos hablan de arquetipos en la mente humana, de conflictos heredados por generaciones y generaciones, ofreciéndonos un apoyo con el que orientarnos en el océano y también en el alma.

Me resulta muy interesesante observar cómo, desde siempre, ha sido importante para el hombre y la mujer la necesidad de encontrar el sentido a todo lo que nos rodea, incluso uniendo los puntos de luces muy lejanas entre sí.

Observando diferentes trabajos con sueños desde el enfoque gestáltico y otros, me he dado cuenta de la profundidad del impacto que tiene sobre el soñador, y las demás personas que lo acompañan, el ser testigo de la representación de su propio sueño.

En la Constelación Familiar habla el mito de la familia, del clan, del árbol, mientras que en las Constelaciones Oníricas habla más bien el alma de las imágenes del que sueña en relación a su propia vida. Los que participan junto a él o ella, al igual que en las Constelaciones Familiares, lo hacen voluntariamente y eligen consciente o inconscientmente un rol, un personaje, permitiendo que el alma del instante se apodere de su cuerpo, sus emociones y sus sensaciones y opere a través de él o ella, desvelando algo. Del mismo modo, de nuevo, que suecede en las Constelaciones Familiares, en las Oníricas el que participa voluntario a menudo se encuentra también consigo mismo mediante una parte del otro. Así, todos ganan algo, soñador y acompañantes se van más cerca de sí mismos.

La base del trabajo que propongo procede de la idea de que para uno, salirse de su propio “tarro de basura” no es tarea fácil, para eso necesitamos la mirada del otro, la acción del otro, la palabra del otro y, entonces vemos, comprendemos, integramos y, con suerte, soltamos.
El trabajo de Constelaciones Oníricas es una bella oportunidad para ser testigo de un diálogo interior velado, de una forma de ver el mundo que condiciona, reconocer algo que es difícil ver solo, rescatar algo que permite, en definitiva, la sensación de ser más libre.